Por Francisco Duarte
Para vencer en una guerra se necesitan armamentos, entre más poderosos más posibilidades de ganarla. Por alguna razón vivimos en una guerra constante entre grupos buscando imponer sus intereses, ideas, cultura sobre los demás. Una de las armas para lograrlo es la propaganda ante la cual todos somos vulnerables. Se ha dicho que en una guerra “lo primero que muere es la verdad” —asesinada por la propaganda— cuya función es diseminar información falsa, rumores, mentiras, medias verdades buscando influir sobre la opinión pública y determinar sus acciones.
La propaganda es parte del ayer y del hoy. Es un recurso de poder multiplicado por los medios de comunicación cada vez más diversos dentro de esta era tecnológica que algunos llaman postmoderna. La situación resulta preocupante cuando la industria de la comunicación —prensa, radio, televisión, arte, medios sociales— está controlada por un pequeño grupo de empresas que a su vez se encuentran bajo corporaciones financieras nacionales y transaccionales con el poder de dictar el contenido de sus publicaciones. Sin importar el costo ni moral ni económico buscarán, a menudo con éxito, imponer su agenda central que es el control de las masas y las economías del mundo. El enunciado maquiavélico de que el fin justifica los medios, se entroniza en la propaganda del sistema económico y político del mundo.
Los movimientos sociales y bélicos del siglo pasado fueron inspirados por líderes que tenían metas claras de dominación y sabían cómo manipular a la sociedad. Cada una de las historias transformadoras del siglo, positivas o no, pueden entenderse en términos de una propaganda que no ha cambiado en su esencia: el Este contra el Oeste, Comunismo contra Capitalismo, clase obrera contra clase dominante, globalizadores contra nacionalistas, defensores del medio ambiente contra intereses de la industria, etc. La propaganda tiene el poder de llevarnos a creer en lo absurdo, en ir en contra de nuestros propios intereses, ha desechar un sistema de salud cuando no tenemos seguro, de vivienda cuando vivimos en la calle.
Hoy que tenemos ya encima tiempos de elecciones cruciales para este país consideraremos la importancia de la propaganda política en la que se invierten recursos millonarios crecientes en publicidad y en asesores que enseñen a los amos del mundo el cómo atraer a los votantes a través de diseminar mentiras abiertas y falacias —medias verdades— las que no han pasado de moda como un recurso de desinformación al público.
Suelo decir que un método útil de escuchar las noticias de los grandes intereses corporativos es fijar la atención no en lo que dicen sino en lo que callan. La palabra que en las anteriores elecciones presidenciales entre Hilary y Trump se hizo notar al ser repetida por los medios de comunicación en todo el país: Benghazi, Benghazi, Benghazi, haciendo responsable a la candidata por este ataque a una pequeña embajada en Libia en el cual murieron cuatro estadounidenses. El propósito obvio era magnificar el incidente e incendiar el nacionalismo ciego de segmentos importantes del candidato republicano sin recordarles los ataques verdaderamente letales bajo la vigilancia republicana. Hoy ese mismo partido enfatiza la violencia de los grupos antifascistas, el ataque supuesto a la autoridad policiaca, pretende adorar el militarismo mientras ignoran la violencia institucional en contra de los más desprotegidos. La táctica de diseminar falacias y mentiras les ha dado resultados y continuarán utilizándola.
La propaganda efectiva hace que consumamos chatarra nociva como alimentos y nos lamentemos que se regule, logra que el público perciba a los héroes como criminales y a los criminales como héroes; hizo que el holocausto judío se justificara como una necesidad de mejoramiento para el mundo; que la dictadura militar del genocida Stalin se convirtiera en comunismo, marxismo o socialismo. La propaganda continúa haciendo creer a millones que líderes electos democráticamente son dictadores y los que se imponen por golpes militares, traiciones y sobornos representan una democracia genuina; nos venden la noción que un país que invade, bloquea y roba economías alrededor del mundo causando muerte y destrucción se perciba como salvador de los pueblos; que un individuo corrupto, inmoral como Trump, quien representa todo lo contrario a los principios bíblicos, sea considerado por feligreses y teólogos conservadores como un elegido del Dios de la Biblia para salvar a la nación de su inmoralidad y que cuente además con un número significativo de apoyo entre los mexicanos, el grupo más vilipendiado por las palabras y las políticas de este individuo.
En breve, el país debe decidir si elige como líder a un personaje que no se ha preocupado por ocultar su racismo autoritario como lo hacían los anteriores o comenzamos a corregir el rumbo sin dejar que la propaganda perversa continúe comiéndonos el cerebro.
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Francisco Duarte nació en México y es un activista de Fresno. Pueden contactarlo en fresnohouse@hotmail.com.