El ya fallecido cantautor argentino Facundo Cabral solía contar que su abuelo, un Coronel, había sido un hombre valiente que sólo le tenía miedo a los pendejos. Un día le preguntó ¿por qué? y su abuelo le dijo: porque son muchos, no hay forma de cubrir semejante frente. Y son peligrosos porque al ser mayoría eligen hasta el presidente.
Aunque en este país un candidato a la presidencia no necesita la mayoría de votos para ganar unas elecciones, sí requiere de una gran base que por lo menos lo ponga en la contienda. Donald J. Trump la tiene. Y eso sí que es peligroso.
No es para nada descabellado pensar que Trump pueda llegar nuevamente a ser elegido presidente, a pesar de los cargos criminales que existen en su contra.
Además de los cargos por fraude que enfrenta en Nueva York y el juicio civil que lo encontró culpable de abuso sexual contra E. Jean Carroll, Trump también ha sido imputado por los pagos presuntamente irregulares para silenciar a la actriz porno Stormy Daniels durante la campaña presidencial de 2016.
Si eso no fuera suficiente, el ex presidente también enfrenta cargos federales por presuntas violaciones de la ley de espionaje por la retención no autorizada de documentos clasificados. El mismo Trump anunció además haber recibido una carta donde se le avisa que está siendo objeto de investigación en relación al ataque al Capitolio en enero de 2021 y sus esfuerzos por revocar los resultados de las elecciones que perdió contra Joe Biden.
Prácticamente no hay quien le haga sombra en las preferencias dentro del partido Republicano. Incluso entre quienes se han postulado a la candidatura y que pretenden dar esa imagen de fuerza y dureza que tanto gusta al electorado más radical del partido, cuando se trata de confrontar a Trump, doblan las manitas.
Para muestra un botón. El gobernador de Florida, Ron DeSantis, segundo en las encuestas republicanas, presume entre sus cartas políticas las estrictas y controvertidas leyes que ha firmado en su estado.
Entre otras, DeSantis aprobó una ley que prohíbe los abortos después de seis semanas de embarazo; terminó con el requerimiento de unanimidad del jurado en casos de sentencia a pena de muerte; firmó una nueva ley que permite la portación de armas de fuego sin permiso a cualquiera que pueda legalmente tener una arma en Florida.
Además, prohibió la instrucción sobre orientación sexual e identidad de género en las escuelas, así como el uso de fondos estatales y federales para programas de diversidad, igualdad e inclusión en los colegios. Y la más reciente, la que él mismo denominó como la más ambiciosa ley anti-inmigración indocumentada en el país, la cual obliga a empleadores con al menos 25 trabajadores a utilizar el sistema E-Verify para determinar la elegibilidad para laborar legalmente en el país.
Es este mismo político que presume medidas que criminalizan al trabajador inmigrante y despoja de asistencia médica a grupos ya de por sí desfavorecidos, quien por otro lado declara que si llega a ser presidente, consideraría un perdón para Trump.
Ese mensaje de fuerza y firmeza que pretende proyectar al anunciar leyes como las descritas, queda en entredicho cuando el tema es Donald J. Trump.
“Desde el primer día analizaría todos los casos de personas que han sido víctimas de persecución política”, dijo DeSantis ante la pregunta directa sobre si perdonaría a Trump, quien por cierto lleva años defendiéndose de todas las acusaciones argumentando que es un perseguido político y víctima de una cacería de brujas.
A estas alturas creo que es más que evidente que la estrategia de Trump para evitar ir a la cárcel, es ser presidente. Pero mientras eso sucede primero necesita ser candidato para poder argumentar que se le persigue por sus aspiraciones políticas y no por sus presuntos delitos. No hace falta ser un genio para deducir esto, cuando él mismo se encarga de reafirmarlo en cada comparecencia pública. Alguien debería decirle que tiene derecho a guardar silencio.
Pero ni sus propios colegas de partido saben que hacer con él. La ambición de poder o el miedo les paraliza. Irse contra Trump significa echarse en contra una base numerosa de votantes que los republicanos en el poder no están dispuestos a perder. Y no sólo no están dispuestos sino que dejan a un lado su propia honorabilidad y dignidad para defender a un hombre que recientemente fue encontrado culpable de abuso sexual.
Desde la presidencia le será más fácil salir absuelto. Ya lo hizo varias veces. Lo hizo cuando fue investigado por la presunta colaboración entre él y miembros de su campaña con el gobierno ruso para intervenir a su favor en la contienda electoral que finalmente lo llevó a la presidencia.
En esa ocasión fue su Procurador General, Bill Barr, quien salió en su defensa elaborando ese infame y tendencioso resumen sobre el reporte de Robert Mueller, quien había sido asignado como fiscal especial en la investigación. Con dicho resumen de cuatro páginas Barr prácticamente exculpaba al presidente, quien no tardó en publicar en sus redes sociales que el informe lo había exonerado por completo. No colusión, no obstrucción, repetía Trump.
Más tarde, cuando el propio Muller fue llamado a dar su testimonio ante el Congreso, fue claro en señalar que en su informe “el presidente no fue exculpado de los actos presuntamente cometidos”. Se supo también que el propio Muller envió una carta a Barr para expresarle su desacuerdo por la forma en la que había descontextualizado su informe creando más confusión y desconfianza en la opinión pública, justo lo que se quería evitar al nombrar a un fiscal independiente.
La historia sobre el informe la conocemos. Muller no concluyó que el presidente hubiese cometido un crimen, pero tampoco lo exoneró. De hecho describió numerosos vínculos entre el gobierno Ruso y la campaña de Trump, así como intentos de obstrucción para evitar que la investigación siguiera su curso.
Pero, como lo reiteró más tarde en su comparecencia, es política del Departamento de Justicia no acusar a un presidente en funciones, y la propia Constitución requiere un proceso más allá del sistema de justicia penal para acusar formalmente a un presidente en funciones. Es decir, el Congreso. Por supuesto que los congresistas republicanos no dejaron que eso sucediera.
Como tampoco permitieron que se le destituyera en otras dos ocasiones: en 2019 por abuso de poder relacionado con financiación a Ucrania y por incitar a la insurrección tras el ataque al Capitolio ocurrido el 6 de enero de 2021.
En ambas ocasiones evitó la condena del Senado porque sus cuates republicanos se mantuvieron de su lado. Esto aún después de escuchar voces como las del Senador por Carolina del Sur, Lindsey Graham, quien se deslindó completamente de Trump. Decía haber tenido suficiente y que ya no seguiría más para después hacer totalmente lo contrario. Y hoy junto a otros personajes que un día lo atacaron y fueron atacados por Trump, lo defienden a capa y espada.
Fiel a su costumbre, Trump sigue lanzando mentiras que son aplaudidas por miles de seguidores a quienes no les importa si el candidato les presenta propuestas serias. En sus actos de campaña sólo habla tonterías superficiales y en su perorata mete algunas de esas consignas que mucho le han servido en su carrera política, para despotricar contra los Clinton, o los Biden y levantar la ovación de su público.
Acusa al gobierno de Biden de utilizar al Departamento de Justicia de los Estados Unidos como arma contra él por ser su rival político y al mismo tiempo promete a sus simpatizantes que de ser elegido asignará un fiscal especial para ir contra el “corrupto presidente”, su rival político.
Si es capaz de amenazar ahora que todavía no es el candidato oficial, que no será capaz de hacer si llega a la presidencia, además de perseguir a sus enemigos políticos.
Pero sobre aviso no hay engaño. Trump está avisando en tiempo y forma el tipo de gobernante que será si gana. Después no vale quejarse.