Por Francisco Duarte
A esta generación nos ha tocado enfrentar este virus con sus efectos sobre nuestra vida física y emocional. De este “bicho” que mata sin tener vida, un “ser” que ni es ni se mira, llega, no sabemos de dónde, pero de él se habla sin descanso de día y de noche en todos los idiomas y en todo el mundo, encargándose de poner al descubierto nuestros egoísmos, divisiones y carencias, señalandonos prioridades equivocadas, a examinar con mayor profundidad en qué clase de sociedad estamos viviendo y heredando a la generación que viene.
La humanidad ya ha sido azotado por otras plagas como la Peste Negra que por el siglo X1V causó la muerte a un tercio de la población europea —unos 25 millones— y devastó con 60 millones más al Asia y África; o la llamada Gripe Española que en el siglo pasado causó alrededor de 50 millones de muertes. Se dice que aquellas plagas influyeron en el desarrollo social, político y económico de la humanidad, que aunque la influenza y la malaria continúan matando a centenares de miles entre nosotros —también retomaremos el camino interrumpido dispuestos a enfrentar los problemas de salud, de desigualdad y de injusticia que tenemos pendientes. Pendiente también la carrera armamentista con la que ya casi nos acostumbramos a convivir y aun peor, el cambio climático que empeora cada día convirtiéndose de una amenaza posible a una destrucción paulatina que ya estamos viviendo con las manecillas del reloj moviéndose muy rápido hacia la medianoche.
Entre la tragedia y el miedo, rescatamos un llamado de la naturaleza a despertar reuniendo a las familias entre cuatro paredes, que aunque ha propiciado brotes de egoísmo, también muestras de generosidad que de otra manera estarían ocultas; pero sobre todo nos muestra la urgencia de reconsiderar el maltrato continuo que sufre la naturaleza en nuestras manos. Es el renombrado intelectual Noam Chomsky quien afirma que la amenaza del Coronavirus, con todo lo que representa para la salud y la economía mundial, palidece en comparación con lo que nos acarrearía una guerra nuclear y sobre todo el cataclismo al que nos está conduciendo la contaminación continúa con la que provocamos el cambio climático.
Este cambio no es un accidente, al menos en parte, lo estamos provocando nosotros al destruir los bosques quitándole la respiración a la tierra —una tercera parte de la cual está cubierta por bosques, unas cuatro mil millones de hectáreas. La deforestación anual en el mundo se estima en más de 14 millones de hectáreas al año, lo que equivale al área de Grecia; tan solo en África entre los años 2000 al 2005, se talaron unas 20 millones de hectáreas. Somos nosotros quienes hacemos avanzar el desierto, contaminamos la tierra abriéndose en busca de sus tesoros, secamos las aguas de los ríos, perturbando el ciclo hidrológico natural, erosionan los suelos limitando las corrientes subterráneas, matamos su flora y su fauna indiscriminadamente causando el desplazamiento de pueblos indígenas, la extinción o el desalojo de su hábitat a miles de especies expandiendo las enfermedades infecciosas transmitidas por insectos o animales a los humanos; saqueamos y cargamos de aceite y plásticos los mares, contaminamos los campos con venenos, modificamos el ADN de las semillas haciéndola indigerible y carcinógena. Los resultados son una población enferma, un cielo oscurecido por contaminantes produciendo el infame efecto invernadero, calentando los polos y derritiendo los glaciares de los que dependen miles de especies y el balance climático sobre el globo terrestre. Este abuso sobre el medio ambiente atrae tormentas de agua, de vientos, de arena; provoca sequías, incendios históricos como los ocurridos recientemente en California, que según el Jet Propulsion Laboratory —Instituto relacionado con la NASA— en los últimos 50 años la temperatura media de California se ha aumentado en 2 grados Celsius- y todo por una ambición que no parece conocer ningún límite.
El Coronavirus quedará en el pasado pero su llamado a la concientización, a respetar y vivir en armonía con la naturaleza, a restablecer una relación correcta con lo que nos rodea, a poner nuestra parte reciclando, plantando árboles frutales, verduras y vegetales, educando a cuantos nos sea posible sobre los tiempos críticos que vivimos, en síntesis, a retornar en lo posible a la vida sencilla del pasado. El gobierno de México, entre otros países, ha iniciando un programa masivo de reforestación que se debe aplaudir e imitar siempre con esperanza en el futuro.
El virus se irá pero las relaciones que logremos establecer y mejorar, los árboles que plantemos, los recuerdos de la batalla que libramos se quedarán con nosotros como un recuerdo que nos puede inspirar a creer que es posible ganar las batallas que aún tenemos por delante.
*****
Francisco Duarte nació en México y es un activista de Fresno. Pueden contactarlo en fresnohouse@hotmail.com