Por Gabriel Lerner
La mayor crisis y tragedia de nuestras vidas todavía crece. Como en una invasión marciana, el azote del coronavirus golpea Nueva York y amenaza Los Ángeles, va avanzando y tragando más regiones, más gente. El gobierno reza para que la cantidad de muertos no supere los 240,000, incluso con todas las medidas adoptadas, incluso si la población colabora más que ahora. El presidente Trump, en quizás el acto más sobrio de su terrible ejercicio, pidió a la nación estar lista para dos semanas terribles, dolorosas.
Y si no le prestamos atención, un millón; dos millones.
Pero una crisis no menor está desarrollándose paralelamente, sin la atención debida. Y cuando se le ofrecen soluciones, son las equivocadas.
El desempleo. Los desocupados.
Cada día, con el aumento en la cantidad de nuevos contagios, enfermos, muertos y curados, surgen los nuevos números de despidos masivos, suspensiones y reducciones de personal.
Algunos despidos masivos.
Un rápido recorrido rinde estas cifras como mero ejemplo: decenas de miles de empleados de los hoteles Marriot fueron suspendidos por tiempo indeterminado. Y no se sabe si volverán a trabajar.
La empresa de contrataciones ZipRecruiter despidió a 400 de sus 1,200 empleados. El estudio de cine Twentieth Century Fox, a 120 en Los Ángeles; la cadena de restaurantes y hoteles Danny Meyer, de Nueva York, a 2,000 en todo el país, el 80% de su personal. OTG, la empresa que proporciona personal a los servicios en los aeropuertos de Nueva York, a 1,200.
Hay más.
En Nevada se perdieron 92,000 empleos, especialmente en Las Vegas: los inmensos hoteles, como el Bellagio, están a oscuras, una imagen difícil de borrar de la memoria. La cadena Macy’s suspendió a más de 110,000 de sus 125,000 empleados, sin planes para su pronto retorno.
Hay más, hay más.
El muelle de Fisherman Wharf en San Francisco despidió a 210 personas. El hotel Gaylord de Colorado, a 800; los hoteles del presidente Trump, en Nueva York, a 51 y en Washington DC, a 150. Su restaurante en Doral, Miami, a 91. Se incorpora alegremente al baile de los despidos masivos
La mitad de las compañías en Estados Unidos consideran despidos masivos o suspensiones.
Los rubros malditos de la economía.
Aunque ningún ramo laboral se salva, las cifras son especialmente devastadoras en ventas, producción industrial y servicios. Algunas industrias, aunque haya un consenso sobre su importancia, están al borde del desastre, como por ejemplo la prensa escrita.
Los números tampoco alcanzan a reflejar la gravedad del problema, porque una parte de la economía es informal o de independientes. Es decir, hay más, todavía.
Entre los latinos, se puede notar en las ciudades grupos de trabajadores que, poniendo en peligro sus vidas y las de sus seres queridos, siguen trabajando en construcción, en jardinería, en pequeñas labores. Y todos con el mismo mensaje: “si no trabajo, no como”. Aunque me muera en el intento, tengo que trabajar.
Aunque al fin de cuentas, se pueden quedar sin trabajo y con coronavirus. Morir en el intento.
Y luego, los inmigrantes indocumentados, desconectados del sistema de ayuda, están en peor situación aún. Al final del proceso económico y sin reservas.
“La era del coronavirus inicia con millones de personas sin fuentes de ingreso, que no pueden resistir y en una economía dislocada. Los empleos no volverán “
Tweet de HispanicLA.com
¿Cuál seguridad laboral?
La semana pasada, tres millones de estadounidenses solicitaron beneficios de desempleo, superando cuatro veces el récord anterior. Este número no incluye a los trabajadores por cuenta propia, los freelancers, los trabajadores independientes, que no tienen seguro de desempleo en muchos estados. Para esta semana, economistas de la Bolsa de Valores esperan otros 2.65 millones. Va a llevar tiempo hasta que comiencen a percibir los pagos.
La seguridad laboral, de por sí escasa en el país, se desplomó: 67 millones de estadounidenses trabajan en puestos en riesgo de despido: ventas, preparación y servicios, según la Reserva Federal.
Otros que no pueden trabajar por el momento son los 23 millones cuya labor requiere contacto humano: peluqueros, azafatas, trabajadores de servicios de comida.
Mientras, la Reserva Federal, anuncia que se esperan 47 millones de desocupados (como máximo absoluto, entendemos), un 32% de la fuerza laboral estadounidense.
Mucho más que durante la depresión de 1929, cuando la cesantía fue de 24.7%.
Estos desocupados no surgen del vacío. Hay despidos masivos. Alguien los despidió. Alguien tomó la decisión. ¿Podía haberse evitado?
Estamos, a todas luces, ante un terrible desastre histórico. Incluso si, haciendole caso al mago Trump que hace un par de semanas (un mundo) expresó sus deseos de que “todo esto desaparezca como por un milagro, ¡pum!”, esto desaparece como por un milagro, el daño ya estará hecho. Lo que fue nunca volverá.
Para el verano, se espera que 14 millones estén sin trabajo.
Estos son solamente números. Pero detrás de los números hay gente de carne y hueso, familias con niños y abuelas, pueblos enteros que quedarán perdidos, un dolor insoportable para los que no pueden.
¿Qué planes tiene el gobierno?
Silencio. Se puede, como dice el dicho en inglés, escuchar los grillos. El paquete de ayuda de billones de dólares que aprobó el Congreso y rubricó Trump es más que nada una repartija de fondos de alcances inimaginables a corporaciones, bancos, empresas privadas, allegados a los poderosos y a ellos mismos. Cuando se le preguntó cómo se haría la vigilancia del reparto, Trump dijo que él será el encargado, algo que merece que le prestemos atención mientras aún se pueda limitar su autoridad.
El país estará en ruinas.
No existen los fondos suficientes ni la planificación y ni siquiera la preocupación en el gobierno de que al término de la epidemia, el país estará en ruinas.
El gobierno piensa solo a brevísimo plazo y principalmente en cómo salvarse y aprovechar la coyuntura para aumentar
su poder. Su jefe, en cómo zafarse de toda acusación y crítica y en la mejor manera de no hacer nada. Un pensamiento erróneo incluso desde sus propios intereses económicos, porque con la cesantía se elimina la demanda de millones de consumidores.
Adiós lucro.
La era del coronavirus, que obliga a la mayoría de la población a quedarse en sus casas, inicia con millones de personas sin fuentes de ingreso y en una economía totalmente dislocada. Muchos de los empleos desaparecidos jamás volverán. Quienes pagan por ello, durante la crisis y después, serán los menos capaces de hacerlo.
El tema tiene que subir a la cabeza de los esfuerzos de los gobiernos en cada estado y municipalidad, ante la total incapacidad del federal. Eso significa que al menos parte del dinero inyectado en corporaciones y la bolsa debería destinarse a mantener la fuerza laboral en estos meses de tragedia, de continuar los pagos de salarios.
Y cada día que perdemos en ello empeora la situación.
Como corolario, el beneficio más importante que conlleva trabajar en un sitio organizado en estos días es el seguro de salud. Por ahí nace y muere el interés de los trabajadores. Pero quienes pierden el trabajo pierden al mismo tiempo ese seguro. Si llegan a enfermar, a contraer el virus, aunque se repongan totalmente, no podrán pagar las decenas de miles de dólares que cuesta la atención hospitalaria. El gobierno debe asegurar cobertura gratuita de todos los gastos médicos hasta que llegue la estabilización.
Le costará menos de los billones que arroja sin control y sin planificación. Pero este no es el gobierno capaz de tomar una medida de esta magnitud, porque representa un sector financiero especulador y parasitario, sin visión y sin futuro, a merced del cual estamos.
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Gabriel Lerner, escritor y poeta, es el editor en jefe del diario La Opinión y el fundador del sitio HispanicLA (hispanicla.com). Lo puede contactar escribiendo a: gabrielerner@gmail.com