Por Francisco Duarte
El tema de la libertad de expresión ha calado hondo después de la censura al ahora ex-presidente Donald Trump por medios sociales como Twitter, Facebook, Instagram. Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, seguido por Angela Merkel, de Alemania, expresaron su desacuerdo censurando así a los censuradores. Se argumenta que los medios privados no deben tomar en sus manos lo que ha sido una prerrogativa jurídico-política de los gobiernos, sugiriendo un nuevo marco legal para evitar o prevenir los abusos de poder, reales o imaginarios, de esos grupos. Algunos sostienen que nunca, bajo ningún caso debe de existir la censura, otros, quienes parecen ser la mayoría, afirman que la censura existe en todas partes, así nos guste o no. El argumento es que el problema no es la censura en sí, sino quién, cómo y cuándo ésta es aplicada. Este espacio lo ocuparemos en analizar ese acto de censura sin precedentes.
Analizamos el tema desde la perspectiva del poder de las palabras y sus consecuencias. En aquella fábula de Esopo que aprendimos de niños, la lengua resultaba ser lo mejor y lo peor, con el poder de edificar o destruir, apagar o encender fuegos. Eso no parece haber cambiado cuando en un pasado lejano y no tan lejano, los oradores como Demóstenes, Cicerón, Savonarola, Mahatma Gandhi, Nelson Mandela, Martin Luther King, Jr., etc., eran más temidos que jefes militares o estadistas. Ellos supieron cómo utilizar el poder de las palabras y más de uno fue censurado hasta la muerte.
La relación tormentosa del presidente Donald Trump con los medios de comunicación es histórica. Durante una parte importante de su presidencia los atacó calificándolos de falsos —”fake news”— por atreverse a cuestionar la veracidad de sus declaraciones mientras eludía cuestionamientos legítimos. El distanciamiento no comenzó con ese discurso ante la Casa Blanca dirigido a millares de seguidores incitándolos —en sus propias palabras— a marchar hacia el Capitolio con valentía y con fuerza en defensa de la constitución y de la democracia que fueron violadas al robarle las elecciones que él, afirmó, había ganado avasalladoramente. Mantuvo esa retórica falsa a pesar de que más de 60 jueces, los Departamentos de Estado, gobernadores, miembros del congreso, la Suprema Corte — organismos compuestos por demócratas y republicanos—, además de su mismo procurador general de justicia, todos declararon falsas e improcedentes sus acusaciones. Como resultado de su arenga esa marcha se convirtió en un asalto violento sin precedentes al Capitolio, en el momento en que los legisladores sesionaban para ratificar a Joe Biden como el presidente electo de los Estados Unidos, proceso que también trató de impedir presionando al vicepresidente Mike Pence para que impedida la realización de ese proceso. Trump continúa afirmando que sus palabras fueron correctas.
El resultado fue un gran número de heridos y cinco que perdieron la vida.
Este es en parte el trasfondo de la decisión de censurar a Donald Trump, al menos hasta la toma de posesión del nuevo presidente, considerando el poder y la peligrosidad de sus palabras y su obvia inestabilidad mental. Entre sus adeptos y los que santifican la libertad de expresión como un derecho absoluto garantizado sin excepción por la primera enmienda constitucional y por los derechos de la carta de la ONU, se dio un éxodo de millones de usuarios hacia otras plataformas de comunicación buscando lugares en los que la censura no exista, o al menos se censure de acuerdo a su propio criterio de legitimidad y de justicia. Sin duda necesitarán algo más que buena suerte para encontrar alguna casa a las que puedan entrar en sus propios términos y no en los del dueño.
Debido a estos acontecimientos la famosa frase del filósofo francés Voltaire se volvió muy socorrida: “no estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho de decirlo”. ¿Hablaba el filósofo de un derecho absoluto? Si no, ¿se terminaba en alguna parte ese derecho a decir lo que fuera? Si alguien lo hubiera acusado falsamente de pedófilo o de sedición en contra de la corona poniendo en peligro su integridad y su vida ¿tendría aplicación su famosa frase? ¿O qué si alguna afirmación irresponsable tuviera el poder de lastimar seriamente a la comunidad? ¿Y en dónde se aplicaría el clásico grito de “fuego” en un teatro?
Bajo las mismas consideraciones que las redes sociales, la Cámara Baja del Senado decidió abrir, por segunda vez en un término, un juicio político contra el presidente en una acción sin precedentes en la historia de América —juicio que ahora está en manos del Senado. La decisión de si fue correcto o no censurar a este individuo como una amenaza pública está en cada uno de nosotros. Los hechos son públicos.
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Francisco Duarte nació en México y es un activista de Fresno. Pueden contactarlo en fresnohouse@hotmail.com.