Por Jenny Manrique
Con un total de 39 vacunas en desarrollo en diferentes fases a nivel mundial, lo que queda del año promete ser un tiempo de experimentación científica en la batalla contra el COVID-19. Pero para que los ensayos sean confiables, se requiere de al menos 30,000 voluntarios muy propensos al coronavirus, y tener en cuenta las disparidades raciales y los efectos secundarios.
“La ciencia se está moviendo rápido, pero una vacuna no estará disponible generalizadamente hasta el segundo semestre del siguiente año, porque estas pruebas son muy difíciles de coordinar”, explicó el doctor Nirav R. Shah, investigador principal del Centro de Investigación de Excelencia Clínica de la Universidad de Stanford, en una conferencia vía zoom organizada por Ethnic Media Services.
Los ensayos de vacunas realizados en unas pocas docenas de voluntarios adultos sanos, no dicen nada respecto a su eficacia en largas poblaciones vulnerables “que son a quienes tenemos que proteger primero”, dijo Shah, quien es miembro electo de la Academia Nacional de Medicina. Y luego habrá que resolver la escasez de dosis en un escenario de pandemia.
Ante la falta de una efectiva política de cuarentena y aislamiento, Shah dijo que hay una serie de estrategias aplicables para el control de la pandemia y que en el país se ha establecido una “falsa disyuntiva” entre la vida y los medios de vida, pues “todavía se puede salvar a la gente y mantenerla trabajando”. A su parecer la solución no es la llamada “inmunidad de rebaño” aplicada en países como Brasil y Suecia que ha permitido que el virus se expanda sin control, pues ello solo va a aumentar el número de muertes.
Un sistema de alerta temprana funcional es la distribución de 1.5 millones de termómetros inteligentes equipados para predecir si una fiebre es una gripe o está asociada con otros síntomas de COVID, datos para identificar de manera inmediata los hotspot de alta fiebre en el país. “Mientras la gente está muriendo porque le entregan los resultados de los test hasta 18 días después, este sería un indicador líder que podría identificar en qué comunidades hay COVID antes de que la gente termine en las unidades de cuidados intensivos y muera”, aseguró Shah.
Y es que los test de COVID moleculares, que son los que se aplican hoy en Estados Unidos, no sólo son costosos (hasta 100 dólares) sino que los resultados tardan semanas, tiempo para el que virus ya se ha diseminado. Un test más eficiente sería la prueba de antígeno que tiene más bajo costo (entre 5 y 15 dólares), un riesgo muy mínimo de dar falsos positivos y unos resultados disponibles en 15 minutos, explicó el experto.
Al día de hoy se han identificado 169 tratamientos en varias etapas de desarrollo, y hay algunos como los esteroides que han demostrado ser económicos y efectivos llegando a reducir el número de muertes hasta en un 50% en ciertos sectores de la población.
Pero a pesar de que este conocimiento científico está disponible, observó Shah, la discrepancia de estadísticas entre los Centros para el Control de Enfermedades (CDC en inglés) y el Departamento de Salud y Servicios Humanos (HHS) ha hecho imposible tener una estrategia adecuada. “El número de casos diarios, las tasas de infección, los casos positivos, y las hospitalizaciones, son los mínimos para tomar decisiones”, aseveró.
Peor que en países menos desarrollados
Estos datos son relevantes en momentos en que Estados Unidos es el país más afectado por la pandemia a nivel mundial, acercándose peligrosamente a las 200,000 muertes, y a casi cinco millones y medio de infecciones, que en las últimas semanas han incrementado en un 66%, según datos del CDC. En los estados de California, Texas y Florida, todos han pasado la barrera de los 500,000 casos, mientras hay 295 condados considerados hotspots pero solo 79 de ellos tienen estadísticas raciales. Los hispanos son los más afectados en 59 de estos hotspots.
Estas tasas de infección son más altas que en países menos desarrollados en el este de Europa y el sur de Asia.
Y aunque existe la teoría de que el autoritarismo de ciertos países (estrictos controles y cuarentenas) o la cultura (por ejemplo el uso extendido de mascarillas en países asiáticos), son razones suficientes para explicar porqué algunas naciones han tenido mejor control de la pandemia, no es tan claro que esos sean los motivos.
“Mientras los líderes políticos se rehúsan a tomar la ciencia como guía y a ignorar la biología y a la matemática, no les va a ir bien” dijo el doctor Ashish Jha, director del Instituto de Salud Global de Harvard y profesor en la Escuela de Medicina de esa universidad.
“Hay cuatro o cinco formas de lidiar con el virus y si los países deciden usar una de manera muy efectiva y las demás como suplemento, hay éxito. En Estados Unidos solo usar máscara se convirtió en un tema político, y aquí las políticas públicas no están basadas en la ciencia”, insistió.
En países pobres como Vietnam, por ejemplo, les ha ido mejor porque limitaron los viajes a China en una etapa temprana, monitorearon a los visitantes e hicieron rastreo de contactos. En Corea del Sur hacen test a nivel masivo, en Japón se ha instaurado el uso universal de máscaras y en Nueva Zelanda hay cuarentenas estrictas.
En comparación, en EE. UU. hay 50 diferentes respuestas a la pandemia en medio de una crisis global ya que el libre tránsito entre las fronteras internas ha hecho que los gobernadores luchen con 50 “respuestas inadecuadas”.
“Hemos estado sub financiando la infraestructura de salud pública… es un modelo donde el estado decide y el gobierno federal apoya, pero con un gobierno federal ausente, la respuesta del estado ha sido muy débil”, dijo Jha.
Pensamientos suicidas
Como si fuera poco, los ecos de la pandemia en la salud mental de los estadounidenses son alarmantes. En una encuesta hecha por los CDC entre 5,000 participantes en junio, el 40% de ellos reportó problemas de salud mental. Entre los jóvenes entre 18 y 24 años, esa tasa fue mucho más alta, llegando al 75%.
En el mismo sondeo, el 52% de los latinos reportó entre uno y cuatro problemas mayores de salud mental, el 18% tuvo pensamientos suicidas y el 21% comenzó a usar alguna sustancia para lidiar con el estrés y la angustia causados por la pandemia. Un 22% de los trabajadores esenciales también contempló quitarse la vida.
“Esto nos muestra que la pandemia del COVID-19 es más que una simple enfermedad causada por un solo virus”, dijo el doctor Tung Nguyen, profesor de medicina en la Universidad de California con sede en San Francisco (UCSF) y director del Centro de Investigación Asiático Americano sobre Salud.
“Estamos viendo el comienzo de una epidemia social de salud mental y una afectación terrible en los determinantes sociales de la salud, como el ingreso, el empleo y la vivienda”.
Para Nguyen el sistema de salud estadounidense ha fallado en producir suficientes máscaras, ventiladores y equipos de protección personal (PPE en inglés) acentuando las disparidades. “Como no tendremos una vacuna efectiva hasta el 2021 la gente continuará sufriendo innecesariamente”, observó.
Pese a las cifras y al oscuro panorama, los expertos aseguraron que hay una luz de esperanza en el futuro. “En tiempos como estos la gente no puede pretender que las cosas están bien. Tendremos un cambio cultural y yo confío en que varias dinámicas van a cambiar y saldremos de esto más fortalecidos”, dijo Nguyen.
Para Shah si bien “nunca volveremos a la normalidad, con suerte habremos aprendido sobre tasas de infección y como hacer las cosas en una futura pandemia”.
El doctor Jha fue quien se mostró más optimista. Dijo que las protestas del movimiento Las Vidas Negras Importan y la pandemia del COVID-19, no son fenómenos desconectados, sino que han puesto una lupa al racismo sistémico que se refleja en que los afroamericanos son los más afectados por el virus, junto a los hispanos.
“Creo que saldremos de esta pandemia con un fuerte deseo de abordar estas desigualdades raciales para seguir adelante… Espero que avancemos porque es una deuda de vieja data”, concluyó.
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Jenny Manrique es editora asociada de Ethnic Media Services