Por Francisco Duarte
Hace unas semanas un dirigente de la DEA —agencia antinarcóticos de los Estados Unidos— visitó Culiacán, Sinaloa. En opinión del analista de geopolítica Alfredo Jaliffe, esta agencia en cooperación con el gobierno priista del estado de Sinaloa armaron este operativo con el plan de desestabilizar al gobierno mexicano llevandole un trofeo al gobierno de Trump en problemas. La operación resultó en la muerte de ocho seres humanos y la captura de Ovidio Guzmán, hijo del Chapo.
Los narcos fuertemente armados habían tomado la zona habitacional militar amenazando con una carnicería de civiles si no soltaban a Guzmán. Para evitar la masacre el gobierno tomó la decisión de liberar al recién capturado atrayendo las críticas de la oposición, tirándole de cobarde, débil, timorato, etc.
La respuesta oficial: “No se apaga el fuego con el fuego, la violencia no se combate con la violencia”. Algunos medios de comunicación se preguntan si el estado mexicano ha sido “doblegado por el Narco” —Univisión— sin querer darse cuenta que estamos ante una estrategia de combate inédita en México.
Recrudecida desde los tiempos de Nixon, la guerra contra las drogas ha sido un fracaso en cada aspecto que se analice con excepción de haberla convertido en un arma política poderosa. Se han invertido miles de millones de dólares, los países productores han puesto los muertos —jóvenes en su mayoría; se han militarizado esas zonas de producción sin lograr abatir, o al menos disminuir, la producción y el flujo de narcóticos.
Felipe “Borolas” Calderón y Enrique Peña Nieto, continuaron utilizando la misma filosofía de confrontación armada convirtiendo al país en un cementerio con millares de civiles asesinados y desaparecidos. Durante esas administraciones estos grupos delincuenciales crecieron, se fortalecieron, se armaron, se posesionaron del gobierno (Anabel Hernández), mientras la producción y el flujo de narcóticos continuaba imparable. La violencia actual es una herencia maldita de la corrupción y las tácticas fallidas de administraciones anteriores.
Con esta decisión ¿ha mostrado el gobierno rendirse a los carteles? Algunos argumentan que no se debe negociar con criminales —uno de los slogan más hipócritas del gobierno del Norte— cuando siempre se ha negociado y se continuará negociando entre países, individuos o grupos en conflicto. En esta ocasión había el trato de liberar una persona a cambio de no causar una guerra en la que sin duda caerían muchos inocentes, a los que Calderón les llamaba “daños colaterales”, como si estuviera hablando de perros o de cosas: “si mujeres o niños son acribillados en el fuego cruzado, valdrá la pena. Acabemos con el narco”. Esta es la esencia de esa maldita filosofía neoliberal en que la vida y los derechos de los seres humanos son ignorados. Las fuerzas del orden optaron por proteger la vida de inocentes respaldados por AMLO, nuestro presidente.
Criminales autoritarios impuestos como gobierno nunca entenderán que defender el derecho a la vida no es una señal de debilidad, como no fueron nunca los asesinatos cometidos por el estado una señal de fortaleza ni de valentía.
A corto, mediano y largo plazo, esta administración tiene una estrategia para terminar con el poder de los carteles consistente en atacar las causas del crimen privando a los grupos criminales de sus finanzas; regularizando el uso y producción de algunas drogas, sacando del mercado negro su producto reduciendo su costo; eliminar la criminalización de su uso y producción. Estas acciones reducirán los incentivos para continuar en el camino de la clandestinidad y la violencia. Se están dando pasos para restaurar lo que se ha dado en llamar la fábrica social —la familia— ofreciendo a la juventud la oportunidad de educación y trabajo dejando sin reclutas a los grupos criminales y abriendo un camino de esperanzas, de salud, de vivienda digna para la población en general, por vías legítimas.
A esos grupos opositores que le gritan a nuestro presidente que renuncie les preguntó: ¿Cuántos muertos más querían, cobardes? ¿Cuántas veces exigieron la renuncia a sus presidentes espurios, asesinos de civiles y represores del pueblo? El humanismo de esta administración, su respeto por la vida, no es una vergüenza sino un orgullo nacional; la desfachatez de hacer ese circo digno de la hipocresía mas canina, eso sí, es una vergüenza nacional como lo han sido sus gobiernos corruptos, saqueadores del país, creadores de miseria y desesperanza, condiciones bajo las cuales se formaron y nutrieron estos grupos criminales. Mexicano consciente, el panismo debe estar en tu lista de los que, en beneficio de las generaciones venideras, deben desaparecer del mundo de la política nacional.
Originario de México, Francisco emigró con su familia a California en 1980 en donde trabajó en labores del campo. Activista comunitario durante varias décadas, es autor de varios libros auto publicados. Vive con su esposa en Fresno.