POR PETER SCHURMANN
(Nota del Editor: la siguiente nota se reproduce con el permiso de Ethnic Media Services, https://ethnicmediaservices.org)
Alvaro Urrea Olivares tiene una voz suave y agradable. A sus 45 años, sus curtidas manos revelan décadas de trabajo en los campos de lirios que impulsan la economía local en esta pequeña comunidad del extremo norte de California.
Smith River no es tan sólo una zona rural, dicen sus habitantes, es una zona rural remota, la última frontera de California, y es aquí donde se está poniendo a prueba el plan del Estado para expandir el acceso a atención médica a todos los residentes.
“No tengo casa. Aquí me ayudan otras personas. Me ayudan a encontrar trabajo; me dan comida y duermo en mi coche. No está tan mal como los que duermen al aire libre”, explica Urrea, (a quien apodan Caballo), al tiempo que señala un BMW abandonado.
Repleto de mantas y objetos personales, el coche está estacionado en medio de una hilera de remolques que albergan a unos 50 trabajadores agrícolas y sus familias. La inmensa mayoría son procedentes de Veracruz, Jalisco o, en el caso de Urrea, Guanajuato. En la entrada del parque hay un cartel amarillo que reza: “Welcome to Smith River. Easter lily capital of the world“ (Bienvenidos a Smith River. Capital mundial del Lirio de Pascua, o Azucena).
En el pasado, los inmigrantes—muchos indocumentados—iban y venían con la cosecha de lirios, regresaban a México en otoño y volvían a Smith River en primavera para plantar. Pero al endurecerse las restricciones fronterizas, muchos se han quedado en lo que se ha convertido en una comunidad permanente. Entre la siembra y la cosecha, los residentes recurren a trabajos en los negocios locales para salir adelante con sus gastos.
“Aquí sale caro vivir”, continúa Urrea. “Cuando la gente no tiene trabajo, no puede pagar el alquiler. Llevo tres años durmiendo en este coche”.
A partir del 1º de enero, California hizo posible la expansión de Medi-Cal—la versión estatal de Medicaid (el programa a nivel federal)—ahora brinda acceso a atención médica a todos los residentes, independientemente de su estatus de inmigración. Al mismo tiempo, se han ampliado drásticamente los servicios de Medi-Cal para incluir ayuda con servicios como la nutrición, la salud mental y el apoyo a la vivienda, entre otras necesidades.
Sin embargo, la noticia de la expansión aún no ha llegado a los trabajadores agrícolas aquí, muchos de los cuales no tienen seguro y potencialmente calificarían.
“Hace unos años me puse muy enfermo. No me cubrían los medicamentos”, comenta Urrea, refiriéndose a la clínica a la que acudió para recibir tratamiento en Crescent City, 15 millas al sur. “En estos días no tengo mucho trabajo y no tengo dinero para pagar. Así que compro pastillas en la tienda cuando me enfermo”.
“Pastillas en la tienda”. Es una frase que mencionan otros residentes del campamento de remolques cuando se les pregunta por su salud.
“No sé cómo conseguir un seguro”, dice Tino (quien no quiso revelar su apellido). Tino, quien tiene unos 30 años, vive en uno de los remolques desde hace dos años. “Me enfermé hace tres meses y sólo tomé unas pastillas”. Y añade: “Somos latinos, inmigrantes… No nos resulta fácil conseguir un seguro médico…”.
Smith River se encuentra en el extremo noroeste del condado de Del Norte, un rincón poco poblado del norte de California situado entre el condado de Humboldt al sur, la frontera de Oregón al norte, extensos bosques al este y el Pacífico al oeste. Los latinos representan aquí sólo el 20% de la población total—que es mayoritariamente blanca, con una importante presencia de nativos americanos—, aunque constituyen la inmensa mayoría de la mano de obra agrícola de la región.
Y como en muchas otras comunidades de la zona, existe—al menos entre los trabajadores agrícolas entrevistados para este reportaje—una desconfianza instintiva hacia el gobierno. No dependas del Estado. Si te enfermas, es tu problema. O, como comentó un residente, “es mejor no enfermarse aquí”.
Kathleen Moreno dirige las actividades de enlace comunitario e inscripción del Centro Comunitario de Salud Open Door, que gestiona 12 clínicas en los condados de Del Norte y el condado limítrofe de Humboldt.
“Hay personas que no han tenido acceso a atención médica alguna durante el tiempo que han estado aquí”, dice, “y por eso algunos de sus problemas de salud les generan temor y no están controlados de ninguna manera…”.
Open Door, como Centro de Salud Federalmente Calificado (FQHC por sus siglas en inglés), es una de las casi tres docenas de organizaciones en 48 de los 58 condados de California que forman parte del Proyecto de navegadores para inscripción a servicios de salud (Navigators Health Enrollment Project), una iniciativa lanzada por el Departamento de Servicios de Salud de California (DHCS) para ayudar a correr la voz sobre la elegibilidad para Medi-Cal en las comunidades locales. La iniciativa estará vigente hasta mediados de 2026.
Hacerlo en lugares como Del Norte, donde las distancias son significativas y los recursos son escasos, no está exento de retos.
“Aquí no hay un canal de comunicación fácil”, dice Moreno, quien vive en Crescent City. No hay emisoras de radio locales en español, ni periódicos y acceso limitado a Internet en algunas zonas, enfatizó. “Esta ha sido la situación desde que vivo aquí hace 18 años”.
Open Door se sirve de publicaciones informativas en plataformas como Facebook y participa con mesas con información en ferias locales de salud y eventos comunitarios. También se apoya en los Coordinadores de salud latinos (Latino Health Coordinators), de los cuales hay dos que cubren Del Norte y tres para toda el área de Humboldt.
Moreno supervisa su trabajo. “Su éxito se ha basado en gran medida en la confianza y las recomendaciones de boca en boca… una vez que una familia se da cuenta de que puede confiar en nuestros coordinadores, entonces lo comparten con su familia”.
Pero ir directamente a las granjas ha sido un reto, asegura Moreno. “Obviamente, no podemos entorpecer el trabajo y a los propietarios de las granjas no les entusiasma tener gente ajena en ellas. Así que nos apostamos en las salas de descanso, llevamos un tentempié saludable para que todo el mundo entre y charle. Pero las pausas para comer y descansar son cortas—media hora—y luego vuelven al trabajo”.
Open Door también estudió los historiales de los pacientes de 2022 y 2023 para ver quién había accedido a la atención anteriormente pero no tenía seguro. Estas personas estaban inscritas en el Medi-Cal de Emergencia y ahora son elegibles para el Medi-Cal de alcance completo bajo la expansión actual, aunque muchos pueden no estar conscientes de este hecho, reconoce Moreno
Otro obstáculo importante es la falta de transporte público. La clínica más cercana a Smith River está en Crescent City. Para necesidades médicas graves, los pacientes deben viajar hasta Redding, a cuatro horas en coche hacia el sur, o San Francisco, a seis horas.
También faltan proveedores. “Es muy difícil encontrar proveedores que quieran vivir y trabajar en Crescent City. A veces encontramos un muy buen proveedor y se queda. Lo más frecuente es que se marchen”, dice Moreno, quien señala que sólo hay un oftalmólogo en Crescent City que trabaja con pacientes de Medi-Cal, y que su lista de pacientes está al límite.
La política se suma a la desconfianza, ya que los residentes indocumentados tienen que sopesar sus necesidades de atención médica con el temor a despertar sentimientos antiinmigrantes y poner en peligro una vía hacia la ciudadanía o la residencia legal al acceder a prestaciones públicas, lo que bajo la anterior administración podía ser causa de deportación.
“Esto es algo real, que preocupa a la gente”, dice Moreno. “Una persona nos dijo: ‘Si mi información saliera a la luz y me deportan, al menos tendré acceso a la atención médica…’ “.
De vuelta a Smith River, los residentes del parque de remolques desconocían la información y no estaban seguros de la actual ampliación de Medi-Cal.
“Yo nunca he oído hablar de Medi-Cal”, dice Alberto Hernández, originario de Chiapas y residente aquí desde hace 11 meses. Cuando se le pregunta qué hace cuando se enferma, se encoge de hombros. “No sé… aquí es muy caro. Quizá volver a México”.
Anancio Hernández trabaja como cocinero local. “Hace uno o dos meses tuve algunos dolores. Pero seguí trabajando, aunque estaba enfermo”, dice. “No tengo seguro, así que no fui al hospital”. Al preguntarle si se inscribiría en Medi-Cal si tuviera la oportunidad, el asiente afirmativamente. “Iré a ver si existe esa oportunidad”.
Por su parte, Urrea cuenta que su madre, quien también vive en Del Norte, fue hospitalizada recientemente tras sufrir un derrame cerebral. Perdió la visión del ojo izquierdo, dice. Al igual que él, no tiene seguro médico.
Y aunque su afecto por la comunidad y la región es evidente—está deseando mostrar a los visitantes las playas locales, adonde dice que va en ocasiones para despejarse—, y la tiene clara a la hora de afrontar los retos.
“Cuando te estás muriendo, tienes que cuidarte. Eso es lo malo de aquí.”
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Peter Schurmann es el editor en línea de Ethnic Media Services. Anteriormente trabajó como Coordinador de Comunicaciones para la organización sin fines de lucro Earth Innovation Institute, donde ayudó a coordinar un equipo internacional para desarrollar y promover contenido relacionado con cuestiones del clima y la protección de los bosques tropicales. Los artículos de Peter han cubierto una amplia variedad de temas, desde asuntos internacionales hasta educación, salud y medio ambiente. Su trabajo ha sido publicado en San Francisco Chronicle, The Nation, National Catholic Reporter.