Por Nicolás Mareshall
En estos días celebramos el aumento de la presencia femenina en diferentes dimensiones: sociales, culturales, y políticas cuyo éxito comienza a alcanzar un reconocimiento emblemático. Los últimos años evidencian una continua participación de la mujer en su afán de reivindicar sus derechos, de alzar su voz, de alcanzar objetivos, de cuestionar el statu-quo en torno a las profundas e injustas diferencias de género. Su gesta se hace cada día más visible a través de organizaciones y movilizaciones como la Organización Nacional de las Mujeres, Marcha de las Mujeres, MeToo, todas gestas que divulgan y promueven un cambio de conciencia sobre la discriminación de género, la igualdad de condiciones laborales, sobre casos de acoso y de abuso sexual, y la protección a sus derechos como individuos. Esta anhelada “primavera femenina” ha venido y sigue floreciendo, formulando propuestas de carácter crítico a pesar de las exclusiones, transgresiones y sometimientos negativos.
Pero, ¿Cómo y cuándo comienzan los atropellos, los abusos, la subyugación de género? La evolución de la familia primitiva, como primera estructura social, es para Lewis H. Morgan (siglo XIX) un punto de referencia y de comparación en relación al género y sus roles a lo largo de la historia. En dicha estructura, los seres humanos se organizaban en grupos que se dedicaban a la caza, a la pesca y a la recolección. La actividad productiva humana se basaba en la cooperación. Los seres humanos no concebían la posibilidad de la propiedad privada, aunque sí se concebía lo que Karl Marx llamó “propiedad privada general”. El desarrollo de la producción de la comunidad primitiva no creaba un excedente económico; por lo tanto, le era imposible la acumulación de bienes, la contratación de la mano de obra, ni su explotación.
Por otra parte, la posición social de ambos sexos en dicha estructura social era determinada de acuerdo a sus capacidades, por lo tanto, todos tenían algún valor, incluyendo el trabajo femenino, como la recolección y el cuidado de la familia. La aparición individuos que acumulaban riqueza, y luego del Estado, organización política de un pueblo, se establece un poder público particular separado del conjunto de los respectivos ciudadanos que lo componen. Con la aparición del Estado se crea una sociedad en la que el régimen familiar, denominado “matrimonio”, queda completamente sometido a las relaciones de propiedad, y en la que se desarrollan libremente las contradicciones de clase y la lucha de clases, que constituyen el contenido de toda la historia escrita hasta nuestros días.
En la sociedad moderna, la frustración de la mujer comienza a palparse en el ámbito privado al igual que en lo público. La participación de la mujer en el ámbito socio-político en los Estados Unidos data desde los primeros movimientos humanitarios por la abolición de la esclavitud (siglo XIX). Estos hechos motivaron profundamente la concientización de las mujeres quienes en su discurso político aluden a comparar su situación con la de los esclavos. El primer documento colectivo del feminismo estadounidense lo constituye la denominada Declaración de Sentimientos de Seneca Falls, aprobado por 68 mujeres y 32 hombres el 19 de julio de 1848 en una capilla metodista del estado de Nueva York, (Revolution. Stanton co-editora, 1870). Dicho documento denunciaba las restricciones, sobre todo políticas, a las que estaban sometidas las mujeres: no poder votar, ni presentarse a elecciones, ni ocupar cargos públicos, ni afiliarse a organizaciones, ni asistir a reuniones políticas. Elizabeth Candy Stanton y Lucretia Mott, fueron de las primeras voces sufragistas que inician un movimiento que plantea y defiende abiertamente el principio de que, los hombres y las mujeres son creados iguales. Gesta que tuviera un feliz desenlace en 1920, cuando se aprueba finalmente la XIX Enmienda a la Constitución que otorgaba el derecho de voto a las mujeres. Cabe mencionar que, autorizar el acceso de las mujeres al espacio público era considerado como un peligro para el orden social establecido y para el reparto de roles por género; sin embargo, los argumentos basados en la discriminación por género fueron los que prevalecieron, deshaciendo las barreras tradicionales entre lo público, como terreno masculino, y lo privado, como terreno femenino.
Durante el siglo XX, la Organización de las Mujeres, la organización de corte más liberal e influyente en los Estados Unidos desde los años ochenta, co-fundado por Betty Friedan, aborda, por su parte, el aislamiento y la frustración de las amas de casa norteamericanas en torno a al empequeñecimiento de sus expectativas sociales y/o personales, o la cómoda trampa en la que se habían convertido sus “hogares”. Esta organización tiene como objetivo primordial evidenciar y erradicar el patriarcado de los años cincuenta y sesenta, periodo en el cual se había construido para sí, una especie de “ángel del hogar”. Sin embargo, los esfuerzos y las gestas de esta organización ilustran y advierten que la “feminidad” es algo mucho más importante que la definición que la sociedad hace de ella: la feminidad se convierte en un valor, en sí mismo, y debe ser protegido.
En estos días, inicios de siglo XXI, amén de los continuos desafíos que siguen enfrentando las mujeres desde su quehacer cotidiano, desde su aporte a la economía, más allá de las condiciones de desigualdad laboral, desde su rol monoparental y sexualidad, más allá de los prejuicios sociales, el activismo femenino sigue tomando roles activos y visibles en la palestra de los cambios. Por ejemplo, las recientes renuncias de parlamentarios, diputados, y empresarios, entre otros, Patricio Hales, Roy Moore, Rob Porter, sin dejar de lado las continuas acusaciones y demandas contra Donald Trump, que aún no han sido legalmente disputadas, evidencian un remezón público y político como resultado de los continuos abusos y atropellos en contra de la vulnerabilidad y al respeto de vida de las mujeres. Otro significativo logro alcanzado tiene que ver con el aumento de candidatas a puestos de representación a nivel estatal y gubernamental, lo que augura un futuro cambio en las leyes y su aplicación en relación a los derechos de las mujeres. Las mujeres siguen “marchando” y ampliando su marco de intereses en pro de hacer respetar sus derechos, subvirtiéndose, de este modo, la noción de que los desafíos, grandes o pequeños, pueden ser sólo confrontados y superados por los hombres.
Por su parte, los hombres con amplia conciencia política le están dando una bienvenida a este movimiento. No es meramente una batalla de los sexos sino, una batalla contra el conservadurismo y la reacción.