(Nota del editor: Esta nota fue publicada originalmente en Caló News)
La reciente decisión de la Corte Suprema en el caso Students for Fair Admissions, INC. v. President and Fellows of Harvard College, pretende que las pocas oportunidades creadas para estudiantes de color, especialmente para los afroamericanos y latinos, ya no son necesarias.
El presidente de la Corte, John Roberts, declaró en la opinión de la mayoría que “permitir que la discriminación social del pasado… constituya la base de preferencias raciales rígidas, sería abrir la puerta a reclamos contrapuestos de ‘alivio correctivo’ para todos los grupos desfavorecidos”.
La disonancia cognitiva de este tribunal predominantemente conservador, especialmente si se toma en cuenta que históricamente solo ha habido cuatro jueces del Supremo en su historia, es nada menos que una vergüenza nacional.
Es vergonzoso que a los asiático-estadounidenses involucrados en el caso se les hiciera creer que no pudieron ingresar a la escuela de su elección porque otros estudiantes de color fueron aceptados, y no que fue por los innumerables casos de “puestos heredados” a quienes se les permitió la admisión porque su familia había donado a la universidad.
Es vergonzoso que esta decisión impida en el futuro que los estudiantes de color avancen en su carrera académica y más allá de ella.
El capital social que se otorga a los blancos acomodados es un regalo que solo viene después de tener ascendencia europea. La exclusividad de la educación superior que viene con generaciones de redes y conexiones es un privilegio. Llevará décadas para que las personas de color logren una fracción de eso.
Después de la decisión de la Corte Suprema, tres grupos de derechos civiles presentaron una demanda contra Harvard en la que alegan que la política preferencial hacia solicitantes de pregrado que tienen lazos familiares en la escuela, una práctica conocida como admisión heredada, beneficia abrumadoramente a los estudiantes blancos.
Y hablo desde mi propia posición de privilegio, porque soy una graduada de tercera generación. Era sobreentendido para mí tener recursos disponibles, algunos tan simples como tener familiares que conozcan el proceso de admisión.
A pesar de ser una recién graduada de una institución que sirve a hispanos, mi educación superior comenzó en otra parte, en una universidad privada en el norte de California.
Aquella institución, predominantemente, blanca fue mi primera mirada a la vida fuera de la seguridad de mi educación cultural. Mientras lidiaba con el choque cultural de ver entre los estudiantes que muy pocos se parecían a mí, noté que muchos compañeros de clase ni siquiera estaban poniendo el mismo esfuerzo en sus estudios.
[Estos eran] estudiantes que no solo veían sus clases de un modo altanero, como si supieran que serían rescatados, sino que no tenían ni idea de cómo participar en una conversación intelectual. Miré a mi alrededor y pensé: “Estos no pueden ser lo mejor de lo mejor”.Cuando me enteré de que algunos de mis compañeros compartían su apellido con el nombre de un edificio de dormitorios o de un salón académico, me di cuenta de que no estaban allí por sus méritos académicos. De hecho, muchos ni siquiera querían estar allí, sino que simplemente estaban completando un trampolín antes de regresar a una vida libre de preocupaciones antes de que llegue la próxima oportunidad.
Todo esto sirve para decir que mi experiencia no es algo infrecuente. No estaba preparada para la constante frustración de ser testigo de las disparidades de privilegio en la academia, mientras yo trataba de demostrarles a todos (incluyéndome a mí) que pertenecía a aquel espacio.
Pienso en la experiencia de las dos mujeres de color en la Corte Suprema, las juezas Kentaji Brown Jackson y Sonia Sotomayor. Los logros académicos y profesionales de ambas mujeres reflejan la perseverancia y la tenacidad que las personas de color deben desarrollar.
Me pregunto entonces cuántas veces, si es que alguna vez, sintieron que no pertenecían al lugar. Pero más me pregunto cómo se sintieron al saber que tendrían que esforzarse doblemente para estar en la misma habitación que las personas que simplemente nacieron en ella.
Al emitir la opinión disidente en este caso, la jueza Sotomayor escribió: “En el fondo, los seis miembros no elegidos de la mayoría actual están alterando el statu quo en función de sus propias preferencias políticas en cuanto a cómo debería ser la raza en Estados Unidos, pero no lo es. Y también en función de sus preferencias por una apariencia de daltonismo en una sociedad donde la raza siempre ha sido importante y continúa siendo importante tanto en la vida cotidiana como en las leyes”.
El caso en cuestión es: si la sociedad estadounidense realmente reflejara los valores daltónicos que afirman defender con tanta vehemencia, que las personas son juzgadas por el contenido de su carácter y no por el color de su piel, la acción afirmativa en las universidades y las iniciativas de diversidad en el lugar de trabajo no serían necesarias en primer lugar.
Pero lamentablemente nuestra realidad requiere que las personas de color aprovechen cualquier oportunidad que se les presente para salir adelante en un mundo que siempre está en su contra.
Si esto suena amargado, es porque lo estoy. No estoy tan enojada porque estas barreras se hayan creado para mantener detrás a las personas de color. Eso es algo que he aprendido a aceptar en mi experiencia. Me enoja más que la gente se atreva a cuestionar cualquier intento de superar estas barreras.
Sí, soy más que una contratación producto de una iniciativa de diversidad. Pero si mi única oportunidad de demostrar que soy más que una chica de piel café simbólicamente contratada es precisamente siendo contratada como una chica de piel café, no puedo darme el lujo de poder rechazarla.