Después de insistir durante más de un año en que para vencer al COVID-19 debemos respetar las normas de distanciamiento social y usar mascarillas, el gobierno de Joe Biden abruptamente cambió de parecer la semana pasada.
Sin máscaras
El Centro para el Control de Enfermedades (CDC) indicó que las personas completamente vacunadas pueden permanecer tanto en interiores como en exteriores sin usar máscaras, excepto cuando se encuentran en entornos de atención médica, transporte público o áreas donde éstas se requieran.
Por otra parte, el uso de mascarillas, aclaró, sigue siendo obligatorio para aquellos que todavía no se vacunaron.
El vuelco se quiso interpretar como una inteligente maniobra que pondría en manifiesto a los anti vacuna y anti mascarilla, obligándolos a decidir entre aislados como parias o vacunarse.
Equivocada interpretación, que presume una reacción irreal.
¿Cuál es la explicación?
La decisión no tiene una explicación científica convincente. En lugar de ello, parecería sí tener una motivación política: la de reducir las tensiones partidarias en el contexto del coronavirus. De dejar afuera a los militantes u obstinados en su negación de la existencia de la enfermedad o dementes conspirativos. De ponerlos de manifiesto, o humillarlos, u otra cosa.
No es acertado que se tome una decisión tan crucial para la vida de millones de estadounidenses, bajo la influencia del enfrentamiento político y la confrontación interna.
Se recordará que la Dra. Rochelle Walensky, directora del CDC – principal organismo federal a cargo de combatir la pandemia – solamente cinco meses atrás, se había presentado ante las cámaras compungida, desesperada porque veía en el horizonte una “catástrofe en ciernes” si no usábamos la mascarilla.
Su comparecencia tuvo un profundo efecto en millones de estadounidenses. Muchos acataron y se colocaron las mascarillas, o corrieron a convencer a quienes, dentro de su entorno, se negaban a hacerlo. Todo ello, con una sensación de orgullo, de solidaridad, de comunidad.
¿Fue en vano ese esfuerzo?
El efecto dominó
La nueva regla, el relajamiento de las medidas de precaución, tuvo efectos inmediatos en el comercio. Costco, Starbucks, Target, Trader Joe’s, Walmart y muchos más ya no requieren el uso de máscaras en sus tiendas. Contentos, se apresuraron a otorgarnos la “libertad”. Ello tuvo un efecto dominó y se expande.
En el gentío de gente sin mascarilla, ¿cómo sabemos quién de ellos está vacunado? Nos dicen que “confiando” en sus decisiones. Esto es absurdo, no científico y mala política.
Efectivamente, hasta ahora el gobierno Biden lo consideraba absurdo, no científico y mala política.
Se les dice a los no vacunados que para juntarse al resto, deben hacer lo que se han rehusado hasta ahora a hacer, confiando en que, en su buena voluntad, cambien de parecer.
¿Por qué?
La sorpresa no es solo mía. El sindicato más grande de enfermeras registradas condenó las pautas y pidió a la agencia que revise la guía.
No está claro, para decir lo menos, cuál fue el proceso de deliberación que llevó a la recomendación de —de hecho— bajar la mascarilla de su pedestal como principal arma contra el COVID.
No está claro quién confeccionó el mensaje a la población, que debía ser de tranquilidad y resultó ser de sorpresa y desconfianza.
Quizás, la administración cedió a la crisis de confianza en las instituciones que fomenta el trumpismo. Quizás quiso granjearse puntos. No sé cuáles podrían ser.
El gobierno —cualquier gobierno— tiene la obligación de ser transparente con la población en sus decisiones, detallar su razonamiento, justificar una decisión que parece prematura, y de ser necesario, echarse atrás.