Por Myrna Martinez Nateras
2020 ha sido sin duda un año sin precedentes, no solamente por la devastadora primera pandemia del Siglo XXI sino por unas elecciones en Estados Unidos en las que reñidamente el voto popular derrota a la supremacía blanca. Sin embargo, lo mas sobresaliente de las últimas elecciones presidenciales es que Kamala Harris fue elegida vicepresidenta. Un dato notable sin duda, por primera vez en la historia el país mas desarrollado de mundo elige a la primera mujer, primera mujer negra y primera mujer hija de inmigrantes, a ocupar una de las más altas posiciones en la esfera política. Esto es sin duda un triunfo para los movimientos feminista y de mujeres. La elección de Kamala Harris es un logro para Shyamala Gopalan Harris, madre de Kamala Harris quien como millones de mujeres dejaron su país en busca de mejores oportunidades.
Este triunfo político amerita ser reconocido este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Es una buena oportunidad para elevar las voces de la mujeres inmigrantes y refugiadas a quienes la pobreza, guerras y violencia de género desplazaron de sus países y comunidades. Esta debe ser una gran ocasión para destacar la presencia, contribuciones sociales y culturales de las mujeres inmigrantes y refugiadas. Como la primera mujer hija de inmigrantes en llegar a ser vice presidenta, Kamala Harris tiene el llamado de abogar por quienes a pesar de llevar hasta mas de 20 años residiendo en Estados Unidos, contribuyendo económicamente, construyendo familias y estado de pertenencia en sus nuevas comunidades, siguen siendo invisibles para quienes diseñan y deciden las políticas migratorias. Este 8 de marzo, la administración Biden-Harris debe comprometerse y reconocer a las madres de los DREAMERS quienes con la misma mirada que la mamá de Kamala Harris añoran dignidad y mejor calidad de vida para ellas y sus familias. Este debe ser un momento único para poner un alto a políticas migratorias que han generado diferentes situaciones migratorias al interior de las familias inmigrantes.
La invisibilidad y constante negación de las contribuciones económicas, sociales y culturales es uno de los tantos problemas a los que nos enfrentamos los inmigrantes y de manera muy particular las mujeres. Esto en parte se explica por que muchos de los estudios de migración se enfocaban principalmente en los hombres quienes conformaron mayoritariamente la fuerza laboral del llamado Programa de Braceros. Dicho programa concluyó en 1964 pero no detuvo la demanda de mano de obra barata y nuevos grupos de inmigrantes siguen llegando ahora sin documentos.
Mi interés por entender la migración de mujeres mexicanas a Estados Unidos nace en mi trabajo como investigadora en la Universidad Autónoma de Sinaloa, México. En 1982 vine por primera vez a Estados Unidos a la ciudad de Urbana, Illinois, a entrevistar a las sociólogas Rita J. Simon y Margo Corona DeLey quienes entonces realizaban uno de los primeros estudios de migración que se enfocaba en las mujeres documentadas e indocumentadas trabajadoras en diferentes industrias en la ciudad de Los Ángeles, California. Si bien algunas investigaciones de los 70’s destacaban la presencia de las mujeres, esta encuesta , realizada entre 1981 y 1982 confirmó que la migración de México ya no era exclusiva de hombres.
En 1998 fui contratada por la organización del Comité de Servicios de los Amigos Americanos (AFSC por sus siglas en inglés) para fundar el Instituto Pan Valley.
Este es un centro de educación popular creado con la intención de fortalecer el liderazgo y promover la participación política de los inmigrantes, principalmente latinos, que en ese entonces obtenían su residencia permanente bajo el Acta de Control de Inmigración (IRCA por sus siglas en inglés) de 1986 —de la que se beneficiaron millones de inmigrantes.
PVI se inauguró doce años después de la aprobación de IRCA y ya para entonces la composición demográfica de los inmigrantes mexicanos había cambiado. A principios de los 90s pudo observarse la llegada de una nueva ola migratoria compuesta de hombres y mujeres que venían principalmente de regiones indígenas. Mujeres indígenas jóvenes llegaban a trabajar a los campos agrícolas del Valle Central de California para contribuir al sustento de sus familias que quedaban atrás. Otras mujeres además de trabajar venían a unirse a sus familias trayendo consigo hijos pequeños, ahora conocidos como Los Soñadores. Estas mujeres, jóvenes entonces, deben ser reconocidas como las primeras soñadoras ya que recorrieron arduos caminos, expulsadas de sus tierras resultado de políticas internacionales neoliberales. Ellas venían guiadas por el sueño de una vida mas digna.
Un grupo de estas mujeres fueron las primeras que participaron de los procesos de educación popular facilitados por PVI. Mujeres indígenas mexicanas y refugiadas del Sudeste de Asia se reunieron periódicamente durante varios años compartiendo historias y emprendieron la tarea de “hacerse visibles”. En sesiones de educación popular compartieron sus aspiraciones y se apoyaron en su desarrollo y capacidades organizativas. Después de 20 años, y ya con sus propias familias, siguen abogando por el desarrollo económico y cultural de sus comunidades. Actualmente ocupan importantes posiciones de liderazgo, hacen intentos de emprender negocios y siguen buscando formas de resistir discriminaciones de género, raza, clase y estatus migratorio.
Algo que llamó mi atención cuando tocaba el tema de las mujeres inmigrantes fueron las constantes aseveraciones de que estas mujeres aqui se “liberaban” al ver nuevas formas de comportamiento de las mujeres blancas y nuevas estructuras familiares. Esta estereotipada percepción es un indicio del desconocimiento de la destreza y resiliencia de las mujeres inmigrantes y refugiadas, de sus talentos y conocimientos de culturas milenarias que traen consigo.
Por otro lado, indica el desconocimiento de los movimientos de mujeres de México y Latinoamérica que se vienen fortaleciendo desde los años 70s, y de manera particular a partir de1975 cuando en México la Asamblea General de la Naciones Unidas declara 1975 el “Año Internacional de la Mujer”. Es a partir de entonces que se inicia la celebración anual del 8 de marzo como el Día Internacional de La Mujer. En México, el movimiento de las mujeres en post de sus derechos políticos puede rastrearse desde la revolución Mexicana (1910-1919), como lo registra una cronología publicada por el Instituto Electoral del Estado de Sinaloa. Asimismo, desde los 80s tiene lugar el encuentro anual de mujeres latinoamericanas y del Caribe, donde las mujeres dialogan y buscan implementar agendas con sus demandas.
Las mujeres inmigrantes y refugiadas del Valle Central han celebrado por casi 20 años el Día Internacional de la Mujer uniéndose a las demandas de millones de mujeres Latinoamericanas, y compartiendo demandas de igualdad de género, contra la violencia doméstica, por la defensa de los derechos culturales de los pueblos indígenas, en contra de los daños de la globalización, y más. Pero ellas diseñan sus propias agendas y plantas semillas para un movimiento de mujeres inmigrantes articulado que defienda los derechos a la diversidad, contra la descriminalización de las/los inmigrantes y sobre todo para que se diseñen políticas migratorias amplias y justas; que se reconozca que la migración es causada por demandas del mercado laboral que les niega a estos trabajadores internacionales sus derechos y condiciones dignas de trabajo; que les permitan ejercer sus derechos laborales y políticos y que se enfrenten las causas de estos desplazamientos humanos.
Urgimos a quienes tengan el privilegio de estar en las mesas de negociaciones de las nuevas políticas de migración de la administración Biden-Harris que este 8 de marzo celebren a las mujeres inmigrantes y se comprometan a solucionar el estatus migratorio de las madres de los Soñadores como el inicio de un proceso más profundo que es una política migratoria amplia. E inclusiva.
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Myrna Martinez Nateras es la Directora del Instituto Pan Valley del Comite de Servicios de los Amigos Americanos, Fresno.